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La Eucaristía
Nuestras palabras pueden desviar y quizás trastocar lo que es el misterio más grande de los Misterios de Dios. Somos como Moisés ante la zarza ardiente, querríamos postrarnos en el suelo. El fuego del Espíritu, el fuego del Amor arde en la Hostia, y no nos parece más que pan, no vemos cómo se hace ceniza. ¡Cuando recibo este Cuerpo en el que arde el amor, es un milagro el que mi carne no prenda fuego!
La Eucaristía NO ES UNA COSA, aunque le pongamos el adjetivo de sagrada. La Eucaristía ES UNA PERSONA; es la presencia de una PERSONA SANTISIMA: Jesucristo Nuestro Señor. La Eucaristía es verdaderamente un sacramento. El Señor no se presenta con un cuerpo físico como hace más de dos mil años lo fue Jesús de Nazaret, sino que se presenta como signo en los dones consagrados, es decir, como sacramento.
La Eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.
El Magisterio de la Iglesia nos dice: “La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica. (CIC 1409).
Se le llama el “Sacramento por excelencia”, porque en él se encuentra Cristo presente, quien es fuente de todas las gracias.
A este sacramento se le denomina de muchas maneras dada su riqueza infinita. Eucaristía proviene de los vocablos griegos “eucharistein” y “eulogein” y quieren decir “acción de gracias”, es uno de los nombres más antiguos y correcto porque en esta celebración damos gracias al Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, en el Espíritu y recuerdan las bendiciones judías que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.
Otros nombres que se le da a la Eucaristía
- Banquete del Señor: porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión. (Cf 1 Co 11, 20).
- Fracción del pan: porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia. (Cf Mt 14, 19; 15, 36; Mc 8, 6. 19).
- Asamblea eucarística: porque se celebra en la Asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia. (Cf 1 Co 11, 17-34).
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- Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor: porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza o Antiguo Testamento.
- Comunión: porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su cuerpo y de su sangre para formar un solo cuerpo. (Cf 1 Co 10, 16-17).
- Santa Misa: porque la liturgia en la que se realiza, se termina con el envío de los fieles (“missio”) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
Referencia bíblica de este sacramento
Nos remonta a la Última Cena (Cf Mt 26, 26-29; Mc 12, 22-25; Lc 22,) efectuada por Jesús y sus discípulos en la intimidad, en el lugar llamado cenáculo.
Los signos visibles de este sacramento
Son el pan (de trigo) y el vino (de vid), que se encuentran en el corazón de la celebración eucarística, que por las palabras de Cristo y la invocación del Espíritu Santo, se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (Cf Sal 104, 13-15), “fruto del trabajo” del hombre, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador. CIC 1333 (…).
Prefiguraciones de este sacramento
Vemos prefiguraciones de la propia ofrenda de Cristo en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote en el Antiguo Testamento (Gn 14, 18), que ofreció “pan” y “vino”. En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador.
El maná, con que se alimentó el pueblo de Israel durante su peregrinar por el desierto. (Ex
16).
El sacrificio de Abraham, que está dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac. (Gn 22, 10).
El sacrificio del cordero pascual, que libró de la muerte al pueblo de Israel, en Egipto.
El signo del agua convertida en vino en Caná (Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). Jesús profetiza su presencia real, corporal y sustancial en Cafarnaúm, cuando dice: “Yo soy el pan de vida…Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. (Jn 6, 32-34, 51). “El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. (Jn 6, 54).
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Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. Por ello, no se pueden usar en la celebración eucarística otras clases de ofrendas diferentes al pan y el vino. (Cf Concilio de Trento).
La institución de la Eucaristía
Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos’…fueron… y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios’…Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros’ (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
“Hagan esto en memoria mía”
El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras “hasta que venga” (1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre. (CIC 1341).
El Sacramento eucarístico es algo más que un encuentro fraterno. Es el mismo sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. En la Cruz el Señor se ofreció a sí mismo al Padre en favor de todos los hombres. Este sacrificio, esta auto donación plena en la que resplandece el amor más grande, se hace presente en la Eucaristía.
La Santa Misa es “memorial” actualizador del único Sacrificio de la Cruz. La celebración de la Eucaristía nos hace contemporáneos del Calvario, para que Cristo una a su propia ofrenda sacrificial la ofrenda de nuestras vidas.
La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, « el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio ». « Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo (san Juan Crisóstomo: […]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima, que se ofreció entonces y que jamás se consumirá ».
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.
La Celebración litúrgica de la Eucaristía
Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. (CIC 1345).
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La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
– La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración Universal;
– la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto” (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21). (CIC 1346).
Algunas consideraciones según el Derecho Canónico
Son sesenta y un cánones contemplados en el Título III sobre la Santísima Eucaristía, (897 al 958), los cuales por razones de espacio, no abarcaremos en su totalidad, solo algunos de ellos. Recomiendo el estudio conveniente de lo que nos dice el código de derecho canónico con relación a este tema.
897 El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan. […].
898 Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación.
900 § 1. Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo.
912 Todo bautizado a quien el derecho no se lo prohíba, puede y debe ser admitido a la sagrada comunión.
916 Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.
919 § 1. Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas.
931 La celebración y administración de la Eucaristía puede hacerse todos los días y a cualquier hora, con las excepciones que se establecen en las normas litúrgicas.
932 § 1. La celebración eucarística se ha de hacer en lugar sagrado, a no ser que, en un caso particular, la necesidad exija otra cosa; en este caso, la celebración debe realizarse en un lugar digno.
945 §1. Según el uso aprobado de la Iglesia, todo sacerdote que celebra o concelebra la Misa puede recibir una ofrenda, para que la aplique por una determinada intención.
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Conclusión
Podemos decir que el inmenso amor de Jesús hacia los suyos lo llevó a buscar una forma milagrosa de quedarse para siempre con nosotros: la Eucaristía, que cumple su promesa: “No teman. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. No hay que esperar la muerte para vivir con Cristo de forma misteriosa, pero real.
Jesús instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios y hermanos suyos. “Cuerpo entregado… sangre derramada por ustedes y por todos los hombres”. La Iglesia posee el tesoro sublime y único de la Eucaristía, pero sólo un reducido porcentaje de sus fieles se beneficia de la comunión eucarística. ¿Puede limitarse a ese minúsculo grupo la voluntad salvífica del Salvador presente en la Eucaristía?
Por otra parte, un buen contingente va a Misa para cumplir, y recibe el Cuerpo de Cristo por costumbre, por rutina. Deberíamos reflexionar sobre la seria advertencia de San Pablo: “Quien come el Cuerpo de Cristo a la ligera, se come y traga su propia condenación”. Decir que se recibe a Jesús en la comunión, y luego llevar una vida contraria a la suya, es no creer en él, sino estar en contra de él. “Quien no está conmigo, está contra mí”.
¿Qué hacer para que se distribuya el Pan de la Salvación a sus destinatarios, los hijos de Dios, que en gran número mueren de anemia espiritual? Urge una gran renovación de la catequesis y de la experiencia eucarística, de modo que produzca una amplia conversión a Cristo Eucarístico resucitado, centro de la vida del cristiano, de la Iglesia y del mundo.
La Eucaristía es la obra máxima de apostolado salvador, pues de ella reciben fuerza salvadora nuestras vidas y nuestras obras. En la celebración de la Eucaristía los bautizados ejercemos el sacerdocio bautismal que el Espíritu Santo nos confirió en el bautismo; sacerdocio que consiste sobre todo en ofrecernos junto con él como ofrendas agradables al Padre, con lo cual compartimos, unidos a él, la salvación de la humanidad y de toda la creación.
En la comunión eucarística se realiza la máxima unión entre la persona de Jesús y nosotros. Se puede vivir la experiencia de san Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
La comunión, que es unión vital con Cristo, requiere la comunión fraterna con el prójimo, empezando por casa. Por más que uno coma la hostia consagrada, no recibe a Cristo ni comulga con él cuando alimenta rencores, desprecios, violencia o indiferencia hacia el prójimo, con el cual Cristo se identifica: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”. “Si falta la fraternidad, sobra la Eucaristía”.
Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, también lo percibirán en el prójimo. Sólo es posible amar a Cristo eucaristía si lo amamos a la vez en el prójimo. Dos “sacramentos” inseparables, pero tantas veces separados.
La Eucaristía es el momento de ofrecer nuestra vida, en unión con Cristo y en gracia del sacerdocio bautismal, por la salvación de nuestros hermanos y del mundo, como Él la ofreció por nosotros y por todos. Es la manera de salvar la vida para la eternidad: “Quien pierda la vida por mí, la salvará”.
El Pueblo de Dios merece que se le anuncie la verdad sobre el Viviente, el Resucitado, que está con nosotros en la Eucaristía. Que sepa que Dios misericordioso ha puesto su tienda junto a
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la nuestra: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Jn 1, 14). “No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán y vivirán porque Yo vivo” (Jn 14, 18-19). El Señor Jesús, en la Eucaristía, se ha hecho, por amor, nuestro vecino, nuestro amigo, nuestro confidente, nuestro prójimo. Es la Persona del Santísimo Sacramento, la Eucaristía, que, brazo al hombro, nos va contando de cómo Él va preparando nuestra historia rumbo a la patria prometida y de cómo, en comunión con Él, compartimos la misma visión y misión: la instauración del Reino en nuestros ambientes, en el mundo.
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