Sacramento de la Confirmacion

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION

Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los “sacramentos de la iniciación cristiana” cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (cf. CIC1285).

“Los fieles por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la Fe como verdaderos testigos de Cristo por la palabra y con las obras (cfr. Concilio Vaticano II, LG11)”.

En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is.11,2) para realizar su misión salvífica. El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que Él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios. Habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da “sin medida” (cf.Jn.3,34). (cf. CIC 1286).

Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf.Ez.36,25-27). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu,

promesa que realizó primero el día de Pascua y luego de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf. CIC 1287).

El Sacramento de la Confirmación perpetúa en la Iglesia la gracia de Pentecostés.

Pablo VI, en su Constitución apostólica sobre el Sacramento de la Confirmación, del 15 de agosto de 1971, describe sistemáticamente los comienzos del sacramento y sus efectos sacramentales.

“El Nuevo Testamento muestra claramente cómo el Espíritu Santo asistía a Cristo en el cumplimiento de su función mesiánica. Jesús, después de haber recibido el bautismo de Juan, vio al Espíritu descender sobre Él (cf. Mc 1,10) y permanecer sobre Él (cf. Jn.1,32). Fortificado por la presencia y ayuda del mismo Espíritu, fue impulsado por Él a iniciar públicamente su ministerio mesiánico. Al anunciar la salvación al pueblo de Nazaret, comenzó afirmando que la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí” se refería a sí mismo (cf. Lc.4,17- 21). Después, prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo los ayudaría también a ellos, para hacerlos capaces de atestiguar valientemente su fe, aun ante los perseguidores (cf. Lc.12,12). La víspera de su pasión, aseguró a sus apóstoles que les enviaría el Espíritu de la verdad (cf. Jn.15,26) el cual permanecería con ellos para siempre (cf. Jn.14,16) y los ayudaría a dar testimonio de Él (cf. Jn.14,26). Finalmente, después de su resurrección, Cristo prometió la venida inminente del Espíritu Santo: “Recibiréis una fuerza, el Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, para ser testigos míos” (Hch.1,8; cf. Lc.24,49).

El día de Pentecostés, en efecto, el Espíritu Santo descendió de modo admirable sobre los apóstoles reunidos con María, la madre de Jesús, y los demás discípulos; fueron llenos del Espíritu Santo (Hch.2,4) e impulsados por el Soplo Divino comenzaron a proclamar las maravillas de Dios. Pedro declaró entonces que el Espíritu que había descendido sobre los apóstoles era el don propio de la era mesiánica (cf. Hch.2,17-18). Entonces, fueron bautizados los que creyeron en la predicación apostólica y recibieron también ellos el don del Espíritu Santo (cf. Hch.2, 38-39). Desde aquel tiempo, los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaron a los neófitos (recién bautizados), por la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo. Es esta imposición de las manos la que ha sido, con toda razón, considerada por la Tradición Católica como el primitivo origen del Sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés”. (cf. Pablo VI, const. apost. Divinae consortium naturae; cf. CIC 1288).

Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre de “cristiano” que significa “ungido” y que tiene su origen en el nombre de Cristo, al que “Dios ungió con el Espíritu Santo” (cf. Hch.10,38). Y este rito de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente como en Occidente.

En Occidente, el nombre de Confirmación sugiere que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia bautismal (cf. CIC1289)

LA CELEBRACIÓN LITURGICA DEL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el caso del rito romano, la liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmados. Así aparece claramente que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo (cf. CIC1298).

El SIGNO esencial del Sacramento de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del confirmado (cf. CIC695). Esta unción designa e imprime “el sello espiritual”, el sello de pertenencia a Cristo. En efecto, la Confirmación, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el “carácter”, que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de Su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo, y el poder de confesar su fe en Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf.2Co.1,22; CIC 1296).

La MATERIA es el Santo Crisma, que es una mezcla de aceite de oliva y de una resina balsámica, consagrado por el Obispo en la Santa Misa Crismal del Jueves Santo. El aceite significa la dulzura y la fuerza que la gracia comunica al alma; y el bálsamo, el buen olor de las virtudes que debe practicar el confirmado a fin de que toda su vida desprenda “el buen olor de Cristo” (cf.2Co2,15; CIC 1294).

El MINISTRO: en el Rito Latino, el ministro ordinario de la Confirmación es el Obispo. Aunque el obispo puede, por razones graves, conceder a presbíteros la facultad de administrar el sacramento de la Confirmación (cf. CIC 1312-1313).

La FORMA: en el Rito Romano, el obispo extiende las manos sobre todos los confirmados, gesto que, desde el tiempo de los apóstoles, es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la efusión del Espíritu con esta oración:

“Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor. Por Jesucristo nuestro Señor”.

Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito latino, “el sacramento de la Confirmación es conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras: Accipe signaculum doni Spiritus Sancti (“N, recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”). Y el confirmado responde: Amén (cf. CIC1299-1300).

El Beso de paz con el que concluye el rito del sacramento significa y manifiesta la comunión eclesial con el Obispo y con todos los fieles (cf. CIC1301).

El SUJETO: todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación. Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de ahí se sigue que “los fieles tienen la obligación de recibir este sacramento en tiempo oportuno” porque sin la Confirmación y la Eucaristía, el sacramento del Bautismo es ciertamente válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda incompleta (cf. CIC1306).

La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter indeleble; por eso el sacramento de la Confirmación sólo se puede recibir una sola vez en la vida (cf. CIC1304).

En la Iglesia de Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía, tradición que pone de relieve la unidad de los tres sacramentos de iniciación cristiana.

La tradición latina pone, como punto de referencia para recibir la Confirmación, “la edad del uso de razón”. Sin embargo, en peligro de muerte, se debe confirmar a los niños incluso si no han alcanzado todavía la edad del uso de razón (cf. CIC1306-1308). La edad para recibir este sacramento la decide el Obispo del lugar, preferentemente el sujeto debe haber llegado al uso de razón.

Para recibir el sacramento de la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Se debe recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al recibimiento del don del Espíritu Santo (cf. CIC 1310)

La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más intima con Cristo, a familiarizarse vivamente con el

Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas a fin de poder asumir mejor las responsabilidades de su vida cristiana como miembro activo de su parroquia.

Cada parroquia tiene la responsabilidad de la preparación de los confirmados, tomando en cuenta que la Confirmación no es una iniciativa nuestra; como todo en los sacramentos y en la vida cristiana, está en la línea de respuestas. La iniciativa en todo proyecto cristiano parte siempre de Dios (cf.Hch.2,47); lo nuestro será siempre la respuesta a la llamada o invitación que Dios nos hace para identificarnos con Jesús. En la medida en que nos identifiquemos con Él por nuestra obediencia seremos sus testigos en medio del mundo.

PADRINO/MADRINA: para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo que tuvimos en el Bautismo, a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos (cf. CIC1311). Para que una persona pueda desempeñar verdaderamente el oficio de padrino o madrina, se requieren las siguientes condiciones: estar confirmado, tener uso de razón y la intención de cumplir adecuadamente con el compromiso adquirido, sobre todo ser ejemplo a seguir en cuanto a su participación en los sacramentos y comunidad parroquial.

En el momento de la Confirmación, el padrino o la madrina, coloca su mano en el hombro de su ahijado simbolizando su compromiso como padrino o madrina.

Bien preparado y bien vivido el sacramento de la Confirmación nos proporciona magníficos frutos como podemos constatar en tantas y tantas iniciativas laicales en el mundo entero. Nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace exclamar: ¡ABBÁ, PADRE! (cf.Rm.8,15). Nos hace más receptivos a los dones del Espíritu Santo. Dejemos actuar al Espíritu Santo, recibido el día demuestra Confirmación, en nuestras almas. Recordemos que desde el día de nuestro Bautismo somos Templos vivos del Espíritu Santo(cf.1Co.6,19).

Que nuestra Confirmación de hoy sea nuestro Pentecostés para la vida.

Bibliografía: Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)

P. Cesáreo Gil, Los sacramentos acciones de Cristo, Ed. Trípode, Colección Ultreya 21.