LA INMACULADA CONCEPCIÓN

EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

MARÍA, BUENA NOTICIA DE DIOS. MARÍA LA LLENA DE GRACIA

En la plenitud de los tiempos amanece sobre el mundo el rostro de una Doncella llena de Gracia, bendecida por Dios desde el primer instante de su concepción.

Es arca labrada personalmente por Él, para recibir el nuevo maná, el Verbo encarnado.

El nombre de la Doncella es María. Solo Dios la conoce en profundidad. Por esto el Ángel al saludarla le titula: “El Señor está contigo y eres bendita entre todas las mujeres”.

En María, la pobre de Yahvé, se va a realizar por designio de Dios el misterio mantenido en secreto durante siglos enteros.

María no solo no ha cometido ningún pecado, sino que incluso ha sido preservada de aquella común herencia del género humano que es la culpa original. Y esto debido a la misión para la cual desde siempre Dios la destinó: Ser la Madre del Salvador y Redentor de la humanidad.

Todo ello está contenido en la verdad de fe de la “Inmaculada Concepción”.

El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirige a la Doncella de Nazareth: “Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo”. (Lc. 1,28).

María es la mujer de la que nos habla la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura: “enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar” (Gen. 3,15; Ap. 12,1-17).

Por ello, María tenía que ser totalmente pura, sin mancha, sin pecado original. Debía quedar asegurada en Gracia toda su vida, en comunión total e irrevocable con Dios. Es decir, totalmente Santa. Y es que la Inmaculada Concepción significa: “Concebida sin mancha de pecado original”.

Y así lo debemos creer, es una verdad de fe, descubierta y evidenciada a lo largo de la historia del cristianismo.

Un coro unánime de voces proclama a María purísima, sin mancha, la mas sublime de las criaturas.

En esta universal aclamación de la pureza de María ha de haber, necesariamente, un principio general que la impulse.

¿Qué les mueve pues a los Santos Padres de la antigüedad a afirmar con tanto énfasis, con tanta seguridad, que María no admite comparación en su grandeza y elevación moral con criatura alguna? SU DIVINA MATERNIDAD.

San Anselmo afirmó: La Madre de Dios debía brillar con tal pureza, cual no es posible imaginar mayor fuera de la de Dios.

San Hipólito, mártir, dice: “Ciertamente el arca de madera incorruptible era el mismo Salvador. Y por esta arca, exenta de podredumbre y corrupción, se significa su tabernáculo que no engendró corrupción de pecado. Y estaba, en cuanto hombre, revestido de maderas incorruptibles, es decir, de la Virgen María y del Espíritu Santo, por dentro y por fuera, como de oro purísimo del verbo de Dios”. Y en otra parte llama a María, “Toda Santa siempre Virgen, Santa Inmaculada Virgen”.

En las actas del martirio de San Andrés, apóstol se leen estas palabras que el santo dirigió al Procónsul “Y puesto que de tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricación del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, de una Virgen Inmaculada naciera hombre perfecto: El Hijo de Dios, para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron los hombres”.

Sam Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta de este modo a la Virgen: “Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en ti, Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna. Y en otras partes llama a María, Inmaculada, Incorrupta, Santa, alejada de toda corrupción y mancha, mucho más resplandeciente que el sol”.

San Ambrosio pone en labios del pecador: “Ven, pues, Señor Jesús, y busca a tu cansada oveja, búscala, no por los siervos ni por los mercenarios sino por ti mismo. Recíbeme, no en aquella carne que cayó en Adán. No de Sara, sino de María, Virgen Incorrupta, integra y limpia de toda mancha de pecado”.

Y San Gerónimo: “Proponte por modelo a la Gloriosa Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre del Señor”.

Los Santos Padres no se proponen la pregunta sobre la Inmaculada Concepción, pero son tales las alabanzas que dirigen a la pureza de María, que, de haberse planteado la cuestión, hubieran llegado a la verdad por el mismo camino que seguían.

Lo que les impulsa a la alabanza tan unánime y fervorosa de la pureza de María es la tradición que puede calificarse de apostólica, derivada de las enseñanzas de los Apóstoles.

LA DEFINCICIÓN DOGMÁTICA DE LA INMACULADA

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

“…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

El no inventaba nada, solo constataba y declaraba oficialmente la convicción que corría de corazón en corazón, en el sentido de la fe del pueblo cristiano.

Y como si el Cielo quisiera rubricar (Como todas las cosas de Dios), el acto papal, la misma Santísima Virgen se apareció 4 años mas tarde, el 11 de febrero de 1858 a Bernardita Soubirous, hoy Santa Bernardita, en la cueva de Massabielle de Lourdes en los Pirineos franceses. En una de sus apariciones, Bernardita le pregunta varias veces: ¿Señora quiere decirme su nombre? La Virgen sonríe y al fin ante la continua insistencia de la niña, eleva sus manos y sus ojos hacia el Cielo y exclama: “YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN”. Era el 25 de marzo de 1858 en su décimo séptima aparición.

Frutos:

  1. María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.
  2. María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:

  1. Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
  2. Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del ES.

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Bibliografía:

Pascual Rambla, O.F.M.

Tratado popular sobre la Santísima Virgen, parte III, capitulo V: Historia del dogma de la Inmaculada Concepción, Barcelona, editorial Vilamala, 1954, págs. 192 al 210.

Domingo día del Señor. IV domingo de adviento. 22 de diciembre del 2002. Antonio Gracia, Pasionista.

Muchos rostros una Madre. La Inmaculada Concepción. Giseth de López.

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